Del Silencio a la Adoración

Cuando hablamos de adoración, debemos recordar su base: ¡el silencio!
Sí, el fundamento para la adoración a Deus está en el silencio de la reflexión, del escuchar Su voz que se manifiesta por diferentes medios y situaciones.
El salmista, al decir “los cielos cuentan la gloria y Dios y el firmamento anuncia la obra de Sus manos. Un día emite palabra a otro día…” (Salmo 19), esta anunciando una adoración a Dios que se manifiesta en la propia creación. Sin embargo concluye el argumento con “una noche a otra noche declara sabiduría”, es decir, en el silencio de la noche se prepara el anuncio de Dios, la manifestación natural de Su adoración.
Adoramos a Dios por la grandeza de Su ser y Su obra, pero solamente la vamos a conocer si comprendemos al Creador, su amor y misericordia. El profeta Jeremías en Lamentaciones 2 exhorta a que nos quedemos en silencio y pongamos la boca en el polvo para encontrar esperanza y comprender la obra de Dios.
Dios en los seis días, edificó Su obra, pero en el séptimo hubo silencio, descanso, y por toda la historia, en ese día, la humanidad aprendería a pensar y así adorar a Dios.
Para conocer a Dios hay que estar quieto, dice el salmista en el Salmo 46.10, porque Dios será enaltecido, engrandecido, adorado entre las naciones.
Antes de las trompetas en Apocalipsis 8.1 y 2, hubo silencio en el cielo por media hora. Antes del ruido, hubo tranquilidad. Después, mucho estruendo enalteciendo a Dios.
El silencio muchas veces viene como obra de Dios para sanar nuestro miedo, angustia o preocupación. Fue así con Elías (1 Reyes 19). Dios no estaba en el viento fuerte, ni en el terremoto, más sí en un silbo suave cuando dijo a Su siervo que tenia una grande obra para realizar a través de Él.
Los discípulos tenían miedo del mar y de los vientos (Mateo 8.24). Jesús calmó las aguas, hubo silencio, bonanza y después adoración a Dios por la obra del Salvador.
David (1 Crónicas 29.13 y 14), el gran músico de adoración a Dios, dijo que para dar gracias a Dios y alabarle uno tendría que reconocer que estaba con las manos vacías y que nada podría ofrecer a Dios sino lo que Dios le había dado antes: “lo recibido de tus manos te damos”.
El silencio anticipa la manifestación de gloria y adoración a Dios, pues Él nos habla, llena nuestro corazón hasta rebozar y no nos podemos callar:
¡Toda gloria sea dada a nuestro Dios!
¡Aleluya!
¡Alabado sea el Señor de los Señores!

¡Amén y Amén!

No hay comentarios:

Publicar un comentario